SIGAN IDEAS , NO SIGAN A HOMBRES

lunes, 20 de octubre de 2008 Declarado Documento de la H. Convención Nacional 2008, reunida en
Mina Clavero, Córdoba, el 3 y 4 de Octubre de 2008.
DISCURSO DEL DR. RAÚL ALFONSÍN
AL DESCUBRIRSE SU BUSTO EN LA CASA ROSADA.
1º DE OCTUBRE DE 2008
De todos los honores y privilegios que la vida me ha dado, y en verdad han
sido muchos, por cierto jamás hubiera imaginado acceder a éste que se me
concede, el de presenciar la inauguración de un monumento de mi persona. No
lo hubiera imaginado, no lo hubiera permitido. Del mismo modo, tal cual
rechacé invitaciones anteriores, en la actual circunstancia, desde luego que no
interpreto que se realiza un homenaje a mi personal, sino a la democracia que
logramos los argentinos.
Siempre creí y así lo dije en tantas oportunidades que es la misión de los
dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la
autoreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar
consensos, convocar al emprendimiento colectivo, sumar inteligencias y
voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones: “Sigan a
ideas, no sigan a hombres”, fue y es siempre mi mensaje a los jóvenes. Los
hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que
mantienen viva a la política democrática.
En esta galería de presidentes, conviven aquellos que expresaron e
interpretaron esa voluntad del pueblo de forjar un destino propio, con aquellos
que fueron impuestos o se impusieron por la fuerza, como consecuencia de la
frustración de aquellos anhelos. Si los contamos, todavía encontraremos
seguramente más presidentes de facto que presidentes elegidos por el pueblo.
Esto es lo que notablemente ha cambiado a partir de 1983; no hubo ni habrá
aquí más presidentes de facto.
Son las certidumbres que debemos evocar y a las que debemos rendir
homenaje en estos 25 años que estamos cumpliendo de joven pero incompleta
democracia. La democracia que tenemos es nuestra casa común; el hábitat y
las normas que nos deben permitir desarrollar nuestras vidas más plenamente
como individuos y familias, como sociedad, y como pueblo que aspira a ser una
nación. Veinticinco años después, nos toca mejorarla, fortalecer sus
capacidades transformadoras y dar contenido real a la igualdad de
oportunidades asegurando y expandiendo nuestras libertades.
Democracia es vigencia de la libertad y los derechos pero también existencia
de igualdad de oportunidades y distribución equitativa de la riqueza, los
beneficios y las cargas sociales: tenemos libertad pero nos falta la igualdad.
Tenemos una democracia real, tangible, pero coja e incompleta y, por lo tanto,
insatisfactoria: es una democracia que no ha cumplido aún con algunos de sus
principios fundamentales, que no ha construido aún un piso sólido que albergue
e incluya a los desamparados y excluidos. Y no ha podido, tampoco aún, a
través del tiempo y de distintos gobiernos construir puentes firmes que
atraviesan la dramática fractura social provocada por la aplicación e imposición
de modelos socioeconómicos insolidarios y políticas regresivas.
El 10 de diciembre de 1983, en mi primer mensaje ante el Congreso de la
Nación como Presidente convoqué a todos los argentinos a una tarea común
para construir la unión nacional.
Para lograrlo era imprescindible luchar por un Estado independiente, que no
podía subordinarse a poderes extranjeros, ni a grupos financieros
internacionales, ni a los privilegios locales. La propiedad privada cumplía un
papel importante en el desarrollo de los pueblos, pero el Estado no podía ser
propiedad de los sectores económicamente poderosos.
Era necesario buscar un consenso fundamental: la democracia aspira a la
coexistencia de las diversas clases y sectores sociales, de las diversas
ideologías y de diferentes concepciones de vida. Es pluralista, lo que
presupone la aceptación de un sistema que deja cierto espacio a cada uno de
los factores y hace posible así la renovación de los gobiernos, la renovación de
los partidos y la transformación progresiva de la sociedad.
“La democracia es previsible, y esa previsibilidad indica la existencia de un
orden mucho más profundo que aquél asentado sobre el miedo o el silencio de
los ciudadanos.”
“La previsibilidad de la democracia implica elaboración y diálogo que no
excluirá, sin duda, tempestuosos debates y agrios enfrentamientos de
coyuntura que nutrirán al estilo republicano triunfante ya en el país”.
“La democracia no se establece sólo a través del sufragio ni vive solamente en
los partidos políticos. Nuestro gobierno no se cansará de ofrecer gestos de
reconciliación, indispensables desde el punto de vista ético e ineludibles
cuando se trata de mirar hacia delante”.
Sin la conciencia de la unión nacional, sostuvimos, será imposible la
consolidación de la democracia; sin solidaridad, la democracia perderá sus
verdaderos contenidos. Esta llama debe prender en el corazón de cada
ciudadano, que debe sentirse llamado antes a los actos de amor que al
ejercicio de los resentimientos.
Sabíamos que la tarea exigiría tiempo, esfuerzos, sacrificios, claridad de ideas
y una gran energía encauzada por un preciso sentido de la prudencia y el
equilibrio, pero teníamos una ventaja: la experiencia nos había enseñado que,
cada vez que perdimos la democracia, la inmensa mayoría de los argentinos
terminó perjudicándose.
También habíamos aprendido que los que estimulan la impaciencia para
proponer la intolerancia y la violencia como remedios terminan favoreciendo los
intereses del privilegio. Aprendimos que cuando el pueblo no decide sobre el
gobierno, la nación y el pueblo quedan desguarnecidos frente a los intereses
de adentro y de afuera.
Habíamos aprendido que existían fuerzas poderosas que no querían la
democracia en la Argentina. Sabíamos que la reivindicación del gobierno del
pueblo, de los derechos del pueblo para elegir y controlar el gobierno de
acuerdo con los principios de la Constitución, planteaba una lucha por el poder
en la que no podíamos ni debíamos bajar los brazos, una lucha que teníamos
que librar y en la que teníamos que triunfar.
En este planteo puede destacarse también el lugar central que tiene la cuestión
de la transformación de nuestra cultura política; aquello que suele llamarse la
“dimensión subjetiva” de la democracia. Y sabemos que el esfuerzo por crear
bases estables y predisposiciones arraigadas en la mentalidad colectiva de
nuestro país como herencia de un pasado signado por la frustración y el
autoritarismo.
En efecto: la intolerancia, la violencia, el maniqueísmo, la compartimentación
de la sociedad, la concepción del orden como imposición y del conflicto como
perturbación antinatural del orden, la indisponibilidad para el diálogo, la
negociación, el acuerdo o el compromiso, han sido maneras de ser y de pensar
que echaron raíces a lo largo de generaciones en nuestra historia. Y que por
cierto, constituyen todavía hoy una de las principales rémoras y déficit con las
que carga nuestra democracia.
Esta convicción viene acompañada de una invitación y un deseo esperanzado.
Propongo que todos lo intentemos, con la cabeza y el corazón en el presente y
la mirada hacia el futuro. Porque los argentinos hemos vivido demasiado
tiempo discutiendo para atrás. En política esto tuvo una expresión trágica
durante décadas: la única forma que tenía la oposición para llegar al gobierno,
era que le fuera mal al de turno, sin advertir que al dificultar la gestión a quien
se derrotaba era a la Nación.
Hoy todavía hay rastros de ese canibalismo político que ha teñido la práctica
política. La política implica diferencias, existencia de adversarios políticos, esto
es totalmente cierto. Pero la política no es solamente conflicto, también es
construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la
asociación política. Los partidos políticos son excelentes mediadores entre la
sociedad, los intereses sectoriales y el Estado y desde esa perspectiva hemos
señalado que lo que más nos preocupa es el debilitamiento de los partidos
políticos y la dificultad para construir un sistema de partidos moderno que
permita sostener consensos básicos. No será posible resistir la cantidad de
presiones que estamos sufriendo y sufriremos, si no hay una generalizada
voluntad nacional al servicio de lo que debieran ser las más importantes
políticas de Estado expresada en la existencia de partidos políticos claros y
distintos, renovados y fuertes, representativos de las corrientes de opinión que
se expresan en nuestra sociedad.
Y a propósito de bustos, estatuas e íconos, y del sentido que le damos a estas
evocaciones del pasado, siempre recuerdo la historia de “La Estatua de Sal”,
aquél pasaje de la Biblia en la un ángel le advierte a Lot: “¡Sálvate!” ¡No mires
hacia atrás ni te detengas! ¡En ello te va la vida!” Su mujer quiere ver el
exterminio de Sodoma. Mira hacia atrás y queda convertida en una estatua de
sal.
Sin embargo, hay también otro riesgo. Están aquellos que no miran hacia atrás
pero tampoco lo hacen hacia ningún lado. Los que ni siquiera tienen
pensamiento propio. Erich Fromm, en su libro “¿Podrá sobrevivir el hombre?”,
lo define como el pensar inauténtico, de autómata, de aquel que cree que algo
es verdad no porque haya llegado a esa convicción por el propio pensar,
basado en observaciones o experiencias, sino porque se lo han “sugerido”,
porque le ha sido propuesto “…por fuentes que llevan consigo el peso de la
autoridad, en una u otra forma”, modas y olas pasajeras, distintas formas de
“pensamiento único”.
Otro gran pensador que hemos seguido, Norberto Bobbio, escribió en su libro
De Senectute: “somos también lo que elegimos recordar”. Toda mi actividad
política buscó fortalecer la autonomía de las instituciones democráticas y
fortalecer el gobierno de la ley, para que la ley y el Estado de Derecho
estuvieran separados de cualquier personalismo. Nuestro país tuvo un talón de
Aquiles: no podíamos garantizar la alternancia democrática del gobierno. El
objetivo de toda mi vida ha sido que los hombres y mujeres que habitamos este
suelo podamos vivir, amar, trabajar y morir en democracia. Para ello era y es
necesario que además de instituciones democráticas haya sujetos
democráticos, porque sólo así pueden sobrevivir a sus gobernantes.
Y lo bueno de las instituciones democráticas es que no necesitan efigies que
las presidan, ni estatuas que les den su investidura. Pero si en algún rincón de
sus edificios públicos es posible evocar a aquellos hombres y mujeres que las
han presidido o que contribuyeron a defenderlas y ponerlas en movimiento al
servicio de la sociedad, bienvenido sea.
Don Dr. Raúl Ricardo Alfonsín.
Ex Presidente de la Nación.

en esta nota:

ucr2009

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